Todo empezó, como siempre, con algo pequeño: un bar con terraza en uno de los pueblos medievales más antiguos a 20 kilómetros de Niza, abierto hace justo un siglo. La cosa funciona y sus dueños deciden ampliarlo a restaurante y posada de tres habitaciones.
Paul, su dueño, era un gran aficionado al arte. Era hijo de un granjero y había empezado prácticamente de cero, siendo autodidacta en sus gustos artísticos. Así que una vez montó la posada no dudó ni un segundo en ofrecer alojamiento a algunos pintores a cambio de su trabajo.
En los primeros años uno de esos huéspedes era un tal Henri Matisse. Cuentan que, ya muy anciano, el pintor iba a visitar al dueño desde Niza en limusina y casi nunca salía del coche, donde Paul le servía el té. A día de hoy algunas de sus obras siguen en el hotel: